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Plan de viernes

Ya estaba de vuelta el verano, esa época del año en la que todo parecía
revolucionarse. Nunca decepciona, pensaba Fabio, echando humo por la boca
lentamente mientras cambiaba de canal de forma compulsiva. Película mala,
teletienda, corazón, ésta de Spielberg ya me la he visto quinientas veces. Se sobresaltó
al darse cuenta de que acababa de hablarle en alto a la cheslón vacía y dio una calada
profunda, que retuvo durante unos segundos en los pulmones. Pocas veces se había
alegrado tanto de que sonara el teléfono. Lo que le resultó extraño es que fuera
alguien con quien normalmente se comunicaba por mensajes de texto monosilábicos,
y solo en situación de necesidad.
–Hola, Fabio, ¿qué haces?
–Nada, viendo una peli. –Un hombre en la televisión enumeraba las ventajas de
comprarse un colchón viscoelástico.
–¿En casa?
–Sí.
–¿Un viernes por la noche?
–Sí.
–...
–¿Qué pasa?
–No, nada. Escucha, ¿has hablado con tu madre?
–No, ¿ha pasado algo?
–Qué va, era solo por saber si te había escrito. Oye, ¿tú podrías ir a verla?
–¿A mamá? –Echó todo el aire de golpe y se incorporó –. Pero, bueno, ¿puedes
decirme qué pasa?
–No pasa nada. Tú vete a verla, por favor.
Colgó el teléfono dejando a Fabio atónito. Se calzó apresurado, cogió la pequeña
bolsita de encima de la mesa y se despidió del señor canoso que ahora explicaba
tumbado las diferentes capas que permitirían al más insomne dormir a pierna suelta
sobre su nuevo colchón.
 
Montado en un vagón de la línea cinco no podía dejar de pensar en lo poco que le
apetecía pasar la noche del viernes con su madre. Se alegró de haber ido preparado.
En la primera parada subieron al vagón dos chicos muy atractivos. Vestían camisetas
de tirantes y vaqueros ajustados. Sin darse cuenta, Fabio empezó a escrutar el rostro
del que tenía de frente en busca de alguna imperfección que indicase que era humano.
Ni rastro. El chico cruzó de pronto la mirada con él, que la retiró avergonzado al
instante, aunque no pudo evitar el cosquilleo en el vientre propio de las noches de
discoteca. A su alrededor todo era gente joven que se había arreglado para salir.
Algunos llevaban bolsas de plástico con botellas de alcohol y hielo. Fabio miró su
reflejo en el cristal de la ventanilla de enfrente. Iba en pantalones de chándal y con
una camiseta que de vez en cuando hacía las veces de pijama. Llamó a Tony, pero su
teléfono estaba apagado o fuera de cobertura en estos momentos. Si deseas
 
Tardó un rato en abrirle la puerta, lo hizo mientras se arreglaba la parte de arriba
del pijama. Tenía la toalla enroscada en la cabeza.
–Pero, bueno, ¿qué haces tú aquí?

–Hola, mamá. –Fabio la recorrió con la mirada en busca de algo que fuese mal.
–¿Está todo bien?
–Sí, supongo...
–¿Entonces? ¿Qué haces aquí?
–Nada, venía a verte.
–Ah, ¿quieres pasar? Claro, claro, perdona hijo. ¿Te vas a sentar en el sofá? Espera
que ponga la funda. –Se fue al tendedero, desde donde siguió hablando a gritos–. Pues
es que no te esperaba. No sé, como nunca sueles venir de visita… Me has cogido justo
saliendo de la ducha. Esta tarde he quedado con mis amigas del club de lectura, y,
bueno, pues bien. Hoy ha tocado El Perfume, que no sé si te lo has leído, pero está
muy interesante. Y es que luego nos hemos liado con los vinitos, y ya sabes que yo a la
tercera copa… ¡Levanta un momento que lo remeta bien! Ya está, ya te puedes sentar.
Así que nada, he llegado y me he dado una ducha y ni siquiera he cenado. ¿Venías a
cenar? porque no tengo mucha cosa, la verdad. No, qué vas a venir a cenar, si a ti te
gusta hacerte tus cosas. Me voy un momento al baño a darme la crema y a dejar la
toalla. –Y siguió parloteando desde el otro extremo de la casa.
–Pues muy bien, voy a coger un vaso de agua.
–¡No cojas de los nuevos, que se rompen con mirarlos!
–Oye, ¿y papá?
–¿Qué?
–¿Dónde está?
–Pues no lo sé, la verdad, se habrá liado con los del trabajo. Llegará en un rato.
Últimamente está de un raro, que, hijo mío… No pisa por casa. –Fabio abrió los
mensajes de texto y escribió a su padre: Ya estoy con mamá ¿QUÉ PASA? Encendió la
televisión. Estaban reponiendo viejas actuaciones de los ochenta.
–¿Por qué?
–No lo sé, cosas suyas. –El móvil de Fabio vibró al recibir la respuesta: Dile que abra
el correo
.
–¿Mamá, has abierto el correo esta tarde?
–El buzón estaba vacío.
–El electrónico. Me dice papá que lo abras.
 
No tardó ni dos minutos en aparecer pálida con el móvil en la mano y los ojos
abiertos como los de un búho. Balbuceaba.
–¿Tú…? ¿Tú? ¿Sabías algo?
–No. Me lo acaba de escribir ahora.
–Esto… es… ¡No me lo puedo creer! ¡Esto es increíble vamos, ya lo que me faltaba!
–Déjame leer.
–¡No! Esto no lo lee nadie.
–¡Por favor, dime qué ha pasado!
–¿Qué ha pasado? ¡¿Qué va a pasar?! ¡Que estábamos todos muy a gusto hasta que
viniste tú con tus tonterías y se las metiste en la cabeza a tu padre! ¡Que con razón
pasa tanto tiempo fuera! ¡Que no te podías haber quedado calladito como se ha
llevado esto toda la vida! Me lo venía oliendo… –Le arrojó el móvil al sofá donde
estaba sentado. Fabio leyó el correo estupefacto. Se hizo un silencio solo interrumpido
por la voz lastimera de Perales cantando Me Llamas desde el televisor.

–¿Me estás echando la culpa de este correo? No puedes cuestionarme más. Me
niego. Ya hemos pasado por esto. –. Se levantó bruscamente, pero de camino a la
puerta su madre empezó a sollozar.
–¿Cómo que cosas nuevas? ¿Con cincuenta años? ¿No puede darle por montar en
moto? –Se sentó llorosa en el sofá –. Por favor, no te vayas.
Fabio puso los ojos en blanco, cogió aire y se sentó de nuevo a su lado, rígido como
un bambú. Su madre, que no dejaba de sollozar, se fue inclinando lentamente hacia el
hombro de Fabio. Él, que seguía tieso, finalmente se vio obligado a pasarle un brazo
por encima. Así estuvieron varios minutos, mientras el televisior coloreaba el silencio:
—Y te has pintado la sonrisa de carmín…
–¿Y Tony dónde está?
–En casa, lo he dejado viendo una película malísima.
—Y te has colgado el bolso que te regaló… y aquel vestido que nunca estrenaste, lo
estrenas hoy…
–Perdona por lo de antes. Intento no pensarlo, pero… me hubiera gustado que las
cosas fueran de otra manera.
–...
–Tampoco se trata de mentirle a una durante tanto tiempo, hombre… Si supieras lo
que vi en su ordenador el mes pasado… A ver cómo duermo yo hoy. Se me acabaron
las pastillas el jueves.
–Tengo el remedio perfecto. Pero no me sermonees. –Sacó tabaco de liar y la
bolsita pequeña de plástico de un bolsillo –. Un poquito de esto y caerás como una
roca.
–Dios bendito, Fabio, ¿qué dices? Que no, que no.
–Bueno, yo me voy a hacer uno, si quieres probarlo…
 
En un par de minutos Fabio había terminado de liar y se lo estaba encendiendo. Su
madre, al principio escandalizada por que se estuviese fumando en su salón, empezó a
mirar con curiosidad y a olisquear el aire. Al poco le pidió probar. Tosió. Repitió. Se lo
terminaron en silencio. En la pantalla el hombre canoso volvía a publicitar sus
fantásticos colchones.
–¿Sabes? Lo que más duele no es la mentira. Lo que de verdad me preocupa es
cuándo dejó de ser verdad. Porque tenías que habernos visto los primeros años…
–¡Aj, mamá!
–¿Qué más da? Por lo visto ya no hay que guardar las formas… Oye, siempre me he
hecho una pregunta: ¿cómo os apañáis Tony y tú? Ya me entiendes… –Y se le cayó la
colilla sobre la funda del sofá, quemándola, pero ambos yacían ahora despanzurrados
mirando el techo, incapaces de darse cuenta.

Plan de viernes: Bienvenido

©2022 por Jota Codorníu

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