
Espera
Los pinchazos en el estómago no le dejaban pensar. Apenas alcanzaba a recordar cómo había llegado hasta allí. Sentado entre una multitud silente a ratos, Bruno intentaba averiguar qué hora era, ya que el móvil se había quedado sin batería hacía tiempo. Ahora se lamentaba de la partida de ajedrez, los dos podcast y el crucigrama con los que había intentado abstraerse del dolor de tripa hacía lo menos dos horas. La sala era diáfana, y en ella reinaba una luz gris que provenía de todos lados y de ninguno en concreto. No tenía ventanas al exterior, revistas ni televisión. Sujetando el papelito del turno en la mano, Bruno intentó pasar el rato calculando. Cinco lámparas y dos letreros pidiendo silencio. En aquella sala de unos cien metros cuadrados habría una media de ochenta y cinco personas. No era una cantidad fija, claro. De pronto entraban tres, o llamaban a otra y abandonaba la sala, o reaparecía alguien que había ido un momento al baño, para lamentarse al instante porque su silla había sido ocupada por otro.
Un pitido metálico lo sacó de sus pensamientos bruscamente para comprobar en la pantalla que esta vez tampoco era su turno. Cada vez que el timbre anunciaba con crueldad el paso de alguien a consulta, la sala al completo ejecutaba en perfecta sincronía un movimiento de rotación de cuello hacia la pantalla que presidía la estancia, un único monitor glorioso y bastante desaprovechado, en opinión de Bruno. Después, todos sin excepción agachaban la cabeza para comprobar que esta vez tampoco era su turno. 0458M. Según su ticket, Bruno era el paciente número 0480?, una numeración que le pareció cuanto menos, curiosa. Nadie se levantó, no era la primera vez. Se había fijado: cuando aparecía un número terminado en M, un enfermero atravesaba el pasillo del fondo empujando una camilla. Los números terminados en V y ? pertenecían a los pacientes que estaban en la sala. Pitido. 0010?. ¿Qué tipo de orden de llamada seguían? ¿Acaso priorizaban la gravedad? Un adolescente en apariencia sano, aunque completamente calvo, se levantó del asiento y se dirigió a las puertas del fondo de la habitación, sobre las que colgaba un cartel que rezaba Consultas e ingresos. Bruno intentó vislumbrar cuántos trabajadores había tras el umbral, dado el desesperante ritmo con el que a su manera de ver trabajaban allí, pero la luz de la sala contigua era demasiado intensa y no pudo divisar absolutamente nada. Desde luego, pensó, el muchacho no parecía mucho más enfermo que el hombre que tenía a su lado, un anciano en bata blanca que luchaba por cada bocanada de aire. Sostenía en su mano el ticket número 6752V. Frente a él, una pareja de mediana edad muy magullada soltaba quejidos dolorosos cada poco tiempo. A su alrededor todo el mundo parecía estar demasiado centrado en sus respectivas dolencias como para conversar entre sí, y sin embargo se escuchaba un murmullo constante, un pastiche de voces que en ocasiones le resultaban familiares. Probablemente las mascarillas servían de escondrijo para quienes desobedecían furtivamente los carteles descoloridos que pedían silencio.
Un nuevo número terminado en M obligó a Bruno a revisar su ticket, a pesar de que sabía de sobra que aún no había llegado su hora. 0001M. ¿Cómo era posible? Los pinchazos agudos en la boza del estómago no cesaban. Él intentaba alejar su mente del dolor. Quería marcharse de allí. Debía irse de allí, pronto. Algo importante lo esperaba, pero las punzadas que le irradiaban de la tripa no le dejaban pensar en nada más. Un aullido desgarrado proveniente de la mujer de la pareja destacó por encima de los susurros. La respiración taponada del anciano. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Un sollozo. Álex. Había quedado con Álex, ¿para qué? La camilla de 0001M atravesó el fondo de la sala. Ojalá Álex estuviese aquí, ya se habría dirigido a la ventanilla de admisión para poner el grito en el cielo. Pensar en él le hacía olvidarse de la tortura de su estómago. Pitido. 3115?. Más dolor. Esta vez una niña de no más de diez años se levantó de un salto, llena de energía. Miró la pantalla, intentando descifrar lo que significaba la palabra al lado de su número. Miró alrededor confusa, y una voz la llamó desde el lateral de la habitación, donde un doctor la esperaba debajo de otro cartel que señalaba el área de triaje.
El tiempo continuaba en suspensión. Respiraciones, quejidos, murmullos. Un punzón ardiente atravesó el abdomen de Bruno. Cayó de rodillas al suelo. Necesitaba distraerse, Álex le calmaba. ¿Qué tenía que hacer? Algo especial. Recordaba mucha comida. Mucha gente alrededor, trajes, ¡unos billetes! Se iban de viaje, ¿cómo podía haberlo olvidado? Tenía que salir de allí ya, Álex lo esperaba. Tal y como él habría hecho, se puso en pie y se dirigió a la ventanilla de admisión, en la sala contigua. El hombre del mostrador no le dejó hablar. Se llevó los dedos a los labios y señaló el letrero que pedía silencio. A pesar de la rabia contenida durante tanto tiempo de espera, Bruno no fue capaz de emitir más que un quejido de dolor. Estaba claro que el hombre no hablaría con él, así que se dirigió a la puerta de acceso.
–No parece muy buena idea, esas puertas son solo de entrada.
–Necesito irme.
–¿Está seguro? No parece encontrarse muy bien.
–Ya estoy mejor, de verdad, tengo que… ¡Ay! –Otro pinchazo precedió a un nuevo pitido metálico.
–Los viajes pueden esperar.
–¿Qué?
–Está usted de suerte. 0480? –Dijo señalando la sala de espera.
Bruno dio la vuelta y comenzó a andar hacia la puerta de consultas bajo la mirada lastimera del resto de pacientes, pero la voz del hombre de la ventanilla le corrigió desde su espalda.
–Mire la pantalla.
Al lado de su número figuraba la palabra triaje. Bruno se dirigió al pasillo correspondiente, donde le esperaba el doctor, que jugueteaba con un manojo de llaves. Ambos caminaron hacia una de las puertas del pasillo. En la sala de espera, el anciano dejó de respirar. Un nuevo aviso se impuso a los tenues sollozos y en el monitor se pudo ver el número 6752M. Dos enfermeras subieron al anciano en una camilla y desparecieron bajo el cartel de Consultas e ingresos.